miércoles, 24 de junio de 2015

Carta número 13 a Mariela: Sobre la Iglesia de Cristo


Buenos días, madre, sigo trabajando con la nueva encíclica del Papa. Una verdadera maravilla. Un texto lleno de un amor que, sin duda, será incomprendido, en especial, por quienes tienen el control del poder. Verás cómo algunos lo atacarán y otros, muy hipócritamente, lo tergiversarán de manera brutal para justificarse ante el mundo que los ve con profundo recelo. La leo y leo al Papa, leo al padre Bergoglio, leo a un hombre, como tú y como yo, pero que, definitivamente, está llevado por el Espíritu Santo. Lo que irradia Francisco va más allá de cualquier expresión humana y esto lo digo a partir del hecho cierto de que es un hombre. Voy leyendo cada línea e, inevitablemente, me asaltan a la mente muchos hermanos confundidos por sus miedos e ignorancia que lo señalan como un instrumento del Diablo. Vuelvo a recordar acá algo que creo elemental: quien tiene a Dios en su corazón ve a Dios en todos y quien ve al Diablo, pues, ya sabes en dónde está. Leo cada párrafo y me convenzo más de que la Iglesia católica es la Iglesia de Cristo. Me gustaría que compartieras estas líneas con nuestra hija, ya que, quiero explicarte algo que es importante que siempre recordemos cuando pensamos en la Iglesia.

De tiempos de Cristo a nuestros días son muchos los años que han pasado. El hombre ha cambiado mucho dentro y fuera de la Iglesia. Mucho se ha dicho, se ha escrito, se ha pensado y no es insensato suponer que mucho se haya ido perdiendo en el camino, al punto de poder dudar de que nuestra Iglesia sea la misma que fundó Cristo hace tanto tiempo. Nuestra Iglesia ha cometido muchos errores. Errores que constaron la vida de millones de seres humanos. Errores que se tradujeron en el abuso infame a inocentes. Errores terribles que han contribuido, no sólo a que hayamos perdido a muchos hermanos, sino a erigir una leyenda negra que todavía pesa sobre nuestros hombros producto de la desconfianza, más que de grandes verdades. Cuando leemos o escuchamos esas historias terribles resulta comprensible preguntarnos si la Iglesia católica es la Iglesia de Cristo. Creo que para dar respuesta a ello podemos apelar a la historia divina y a la historia humana. La primera de ellas repleta de verdades teológicas complicadas de explicar, al menos para mí, y por lo tanto es poco lo que puedo aportar al respecto, pero sí puedo plantear algunas ideas sobre la historia humana que, además, podemos corroborar con un poquito de investigación.

Creo que para averiguar si la Iglesia católica es la Iglesia de Cristo tenemos dos líneas de tiempo a través de las cuales navegar. Una de ellas, lógicamente, la que podemos llamar como línea petrina que tiene como punto de partida San Pedro, discípulo de Cristo. La segunda línea la que parte de los apóstoles, es decir, sus discípulos directos. Si nuestra Iglesia es la de Cristo, la fundada por él, entonces, caminando hacia atrás deberíamos tropezarnos con estos personajes. Creo que es un juego simple. Voy a intentarlo a ver qué cosa sale.

Según la Iglesia católica, el primer papa fue San Pedro y para ello se fundamenta en los Evangelios que lo señalan como la piedra sobre la cual Jesús construirá su Iglesia. Tras la muerte de san Pedro a manos de los romanos, las comunidades cristianas pasaron a ser regidas por San Lino, a quien la Iglesia señala como segundo Papa. Este personaje aparece en la Biblia en 2 Timoteo 4:21: “Procura venir antes del invierno. Eubulo te saluda, y Pudente, Lino, Claudia y todos los hermanos”. Según la información que se maneja, obviamente no muy abundante, este sucesor de San Padro formaba parte del círculo cercano de San Pablo. A este segundo papa se le atribuye la creación de los primeros obispos y bajo su pontificado fueron asesinados San Marcos y San Lucas. Otras fuentes afirman que fue discípulo de San Pedro y era quien lo sustituía cada vez que su maestro se ausentaba. San Pedro señalaría a San Lino como su sucesor de la misma manera en que Jesús señaló a San Pedro como cabeza de la Iglesia. De la misma manera, San Lino designó a San Anacleto como su sucesor y quien prescribiría la forma de los hábitos eclesiásticos. San Anacleto haría lo mismo con San Clemente que es uno de los primero Padres de la Iglesia o Padres apostólicos. San Clemente fue discípulo de San Pedro. A partir de acá, lo vinculación entre los líderes de aquellas primeras comunidades cristianas quedará estrechamente ligada con el desarrollo de la Iglesia católica de nuestros días.

Tenemos otra posible manera de llegar hasta aquellos días siguiendo la línea de los discípulos de Cristo y ver si se cruza con la Patrística o Padres de la Iglesia en cuyo pensamiento, y guiados por el Espíritu Santo, se desarrollará el cuerpo doctrinal de la Iglesia católica de nuestro días. El más antiguo de ellos es Orígenes que, junto a San Agustín y Santo Tomás, son el trípode de la teología cristiana. Orígenes fue discípulo de San Clemente, cuarto Papa de la Iglesia y discípulo de San Pedro. Este Padre de la Iglesia es el puente directo entre los discípulos de Cristo y el cuerpo doctrinal de la Iglesia católica dentro de la cual, por cierto, se plantea el reconocimiento de María como Madre de Dios y su veneración por parte de los cristianos. Así que, como vemos, allí está el origen de todo. Los discípulos de Cristo, es decir, los hombres que acompañaron al Señor durante su paso por la tierra, son los fundadores de la Santa Iglesia católica.

Ahora bien, qué pasa con las iglesias protestantes. La Iglesia protestante fue fundada por hombres a partir del Siglo XVI y tiene como punto de partida a Juan Calvino y a Martín Lutero quien, hasta el momento de separarse de la Iglesia católica, había sido un fraile agustino, es decir, un seguidor de San Agustín, Padre y Doctor de la Iglesia católica. ¿Por qué se separan? Ambos hombres creyeron que habían sido enviados por Dios para reformar la Iglesia de Cristo. Sin embargo,  en el fondo no había nada espiritual ni divino en las ambiciones de estos hermanos, ya que, las razones de peso fueron políticas. Los protestantes aparecen como consecuencia de un movimiento político, nacido de la ambición de los jefes de estado que vieron en la separación de sus iglesias nacionales de la autoridad de Roma, la mejor manera de acrecentar su poderío y de llegar a ser a la vez jefes espirituales y temporales de sus súbditos.

Estos argumentos que te he escrito son estrictamente históricos, lo cual significa que el universo espiritual va por otro lado. La espiritualidad te obliga a ser coherente y en esa coherencia es donde habita Cristo. Y cómo se es coherente con Cristo, pues, siguiendo las explicaciones del Evangelio, amando lo que él amó como, por ejemplo, a su Santa Madre, y viviendo tu cristianismo a partir de la Iglesia que él mismo fundó. Claro, esto que digo nos empuja irremediablemente a la Iglesia católica, pero, el hombre no se salva por formar parte de una Iglesia. El hombre se salva cuando cumple a cabalidad el precepto dejado por Dios hecho hombre: amar al prójimo como a ti mismo, es decir, darle el trato a todos por llevar en sí la dignidad de ser hijos de Dios.

Bien, ya está esto muy largo, pero creo que podría aclarar muchas dudas que el tiempo y nuestro alejamiento de una bien cimentada cultura de nuestra propia fe nos ha llevado a vivir. 

miércoles, 17 de junio de 2015

Doceava carta a Mariela: Nuevamente sobre la fe


Mi amor, tienes razón en molestarte con mi silencio, pero no lo tomes a mal, si no te había escrito era por estar entretenido pensándote, además el trabajo no ha estado sencillo, lo cual me ha obligado a replantearme varias cosas para el próximo semestre. Seguramente, alguna guía me brindará el Sagrado Corazón de Jesús, cuyo mes estamos celebrando con mucha fe y esperanza los cristianos. Por cierto, hablando de fe, quisiera comentarte que tuve dos conversaciones que apuntaban a ella. Una contigo y otra con la profesora Mary Adán de Morillo, ¿la recuerdas? Sí, claro que la recuerdas. Uno siempre recuerda –y con mucho agrado– a los que fueron buenos profesores. Ambas conversaciones partieron del mismo hecho: la crisis que vivimos. En tu caso me comentabas algo acerca de la música y la depresión, no recuerdo bien, algo que alguien te había dicho sobre estas cosas. La profesora me comentaba acerca de lo duro que se han  vuelto las cosas en el país y, naturalmente, lo que esto termina por hacer en el ánimo de las personas. A las dos les dije básicamente lo mismo: el cristiano no puede deprimirse. No sé si quedaron convencidas con ese latigazo y por ello quisiera explicarme en a través de estas líneas.

Lo primero que debemos pensar ante tal afirmación es por qué somos cristianos y esta pregunta nos lleva a una más elemental: ¿qué es ser cristiano? Esa pregunta se la han hecho muchos desde que Dios se hizo hombre y mostró su rostro amoroso en el rostro de Jesucristo. Creo que fue San Cipriano, Padre de la Iglesia, quien ha sido más claro y contundente al responder que ser cristiano es imitar a Cristo, así de simple, así de complejo. El ejemplo más claro, más nítido de ello fue su madre, María, siempre Virgen. La Virgen llena de la Gracia Divina asumió la responsabilidad de ser la primera cristiana antes de Cristo, aunque Cristo haya sido antes que todo sobre este mundo. Asumió la responsabilidad de hacer de su fe la bisagra entre su ser y su hacer, entre su palabra y su acción, entre la teoría y la práctica, es decir, en pocas palabras, fue coherente con su fe hasta en los momentos de dolor más extremo ¿Por qué? ¿Por qué dejarse someter a un dolor tan punzante y no haber decidido por otro camino?, digamos, uno más sencillo, más cercano a su comodidad y tranquilidad humana y espiritual. Ella pudo haber dicho no y no tener que contemplar desde la impotencia más terrible el hecho de ver a su hijo ser sometido a un sufrimiento brutalmente inhumano, sólo por mencionar una de las tantas cosas que padeció por su Sí. La respuesta es la Fe, pero, la Fe en qué.

La fe de los cristianos brota de nuestra esperanza y para comprender la magnitud de nuestra fe tenemos que preguntarnos en qué hemos fundamentado nuestra esperanza, y presiento que la esperanza guarda mucha relación con el amor que sentimos apasionadamente por alguien o algo, puesto que, así como el amor, la esperanza nos impulsa hacia eso que esperamos desde lo más profundo de nuestro corazón. La esperanza está estrechamente ligada a lo que queremos, a lo que deseamos, en fin, a lo que esperamos. Disculpa que me vaya a poner pesado, pero, no puedo evitarlo, y me toca nombrarte gente en la cual me apoyo para poder comprender muchas cosas que me ocurren, que nos ocurren. Creo que Arthur Schopenhauer, pensador alemán, brinda muchas luces sobre este punto en el cual estoy en la carta. Este hombre del siglo XIX salió desesperadamente en busca del amor como lo indicaba su época y lo hizo con esa esperanza romántica tan desmedida en espíritus como él. Sin embargo, no tuvo éxito, no pude acceder al universo gozoso de la mujer y esto lo llevó, más allá de amargarse –cosa comprensible, sin duda– a desarrollar una idea que es la que quiero compartir contigo en estas líneas. Una idea que se desprende del acercamiento de Schopenhauer con algunas sabidurías de Oriente, que también expone el Cristianismo, pero que, por su complejidad y el buen trabajo que ha hecho el mundo con nosotros, pues, nos resulta cuesta arriba complicando muchas cosas, entre ellas, llevar con coherencia nuestra fe. ¿Qué puede decirnos sobre el amor un hombre que fue un total fracaso en los asuntos del amor? Creo que nos puede decir mucho, y te lo diré, pero en un par de horas, debo correr en este momento al salón de clase para atender mi curso de Humanismo Cristiano.

Listo. Muy bien, continúo, Schopenhauer desarrolló todo su pensamiento a partir del dolor lo cual le abrió una visión tremendamente pesimista de la realidad y ese pesimismo lo alimentó, entre otras cosas, con la antigua sabiduría oriental, particularmente del budismo.  Este hombre se hizo una pregunta existencial que sería bueno replantearnos hoy: ¿cómo podemos escapar del sufrimiento de la existencia? El alemán apunta al mundo como el principal responsable de nuestro sufrimiento, puesto que lo percibe como un caos perverso que sólo anhela, que sólo busca poseer y que, ese afán de posesión, es inyectado en nosotros para nuestra desgracia. Schopenhauer señala que el camino para poder superar los traumas que nos inocula el mundo es la razón. La razón, según él, es el único mecanismo del cual dispone el hombre para no caer en el juego del querer y no poder tener que impone el mundo. El mundo nos somete a su voluntad de desear cosas que luego son desprovistas de valor por la razón, ya que, nos las muestras tal y como son. El amor, entendido por los hombres, se reduce a querer tener y a desear poseer al ser amado, sólo que, el ser humano termina esclavizado del deseo por el deseo mismo y el deseo jamás podrá ser satisfecho, ya que nunca dejaremos de desear.  Por su supuesto, no poder satisfacer ese deseo alimenta el sufrimiento haciéndonos seres desgraciados y lamentables. De esto se aprovechó el consumismo para complicarnos más la existencia haciendo que todos los valores fuesen transformados y, por ejemplo, el valor del ser humano pasó a ser animado por otras cosas que nada tienen que ver, como por ejemplo: el dinero. Tanto tienes, tanto vales. Schopenhauer apela a la razón y yo apelo a la fe, pero no a una fe ciega sin sentido, esa fe me resulta consuelo de tontos. La fe debe tener algo de razón y la razón debe tener algo de fe.

El cristiano no debe deprimirse, ya que la fe no lo permite y la fe no es un asunto misterioso y extraño, sino una postura existencial, es la brújula que orienta la existencia humana. Pienso en esto y recuerdo a San Juan Pablo II quien tuvo que sortear, desde la fe, al nazismo, al comunismo y a su propia condición física que, muchas veces, atentó contra su misión. San Juan Pablo II nos muestra con exactitud qué cosa es la fe: un amor que se apropia de nosotros mostrándonos un camino que hay que recorrer aunque este sea penoso, pues nos afirma y reafirma en que la ruta del hombre es hacia Dios y no a otra cosa. La fe nos dice que el futuro prevalece sobre el presente y es allí donde se centra nuestra esperanza. No digo que no haya que preocuparse. Sin duda, lo que vivimos preocupa y de las cosas que nos preocupan hay que ocuparse, pero, en modo alguno, ceder existencialmente ante ellas, ya que esas preocupaciones están sometidas a los vaivenes de la cotidianidad. La fe nos mantiene firmes ante ese ir y venir de las cosas, pues su semilla es la certeza de que Dios es quien ofrece al hombre el futuro y por ello implica vivir en el espíritu de la confianza. Esta verdad nos abre a, como dice Benedicto XVI, salir del mundo de lo calculable y diario para abrirnos a un contacto con lo eterno. La fe nos conduce por el ánimo de pensar que en la vida humana se podría girar alrededor de algo más que el pan de mañana y el dinero de pasado mañana. No digo con esto que vamos a comer fe y que con fe llenamos los platos de los hijos hambrientos, me refiero a que la fe nos permite vivir con dignidad las adversidades y no caer en la desesperación que nada bueno aconseja. Hace días escribí un ensayito respondiendo a la pregunta acerca de dónde nace la angustia y como allí dije, la angustia nace del miedo, pero sin duda muere en la fe. La fe y la esperanza, la fuerza que de ellas emana, no permiten la tribulación, por eso Santa Teresa nos recuerda que nada debe perturbarnos ni espantarnos, ya que todo se pasa y Dios no se muda. Vamos a abandonarnos a Dios a través de la fe. Hemos tenido más de una prueba de que nos acompaña, de que está con nosotros y no nos desampara, por eso, por ese gesto de amor hacia nosotros, no podemos perder la fe en Él, la esperanza en un mañana siempre estará allí, esperando por nosotros, pero creo, y esto lo creo personalmente, ese mañana hay que sabérselo ganar y sólo se gana, justamente, a través de una fe sólida que nos da solidez.

No te desesperes, todo esto va a pasar, triunfaremos y saldremos de esto muy fortalecidos.


Te amo desde esta fe que me gozo en testimoniar. 

viernes, 1 de mayo de 2015

Onceava Carta a Mariela: Mayo, mes del Verdadero Amor.



Buenos días, amor, tenía varios días sin poderte escribir y ha querido Dios que sea hoy, viernes 1 de mayo, puerta al mes dedicado al amor más grande: el amor de Madre, por ello, los cristianos nos unimos para celebrar a María, la siempre Virgen, la madre del Amor, la madre de Dios. Al ser madre de Dios es, lógicamente, madre de todos los hombres. Durante este mes de mayo mis escritos, todos, estarán dedicados a ella que, en cierta medida sería como dedicártelos a ti, ya que eres madre y eres amor, parte de ese amor derramado por Dios en este mundo para que yo te ame amándote sin medida. El amor es y será siempre fuerza unificadora, núcleo de la Trinidad y de la Iglesia, núcleo vital que da vida, vida nueva, a la vida de los seres humanos. Somos los testigos de ese amor del amor. Testigos del amor de Dios, amor perfecto, dulce, suave, paz verdadera y seguridad, como escribe Santa Gertrudis La Grande: amor que eleva a la perfección todas las virtudes y le brinda salud al espíritu.

A ese amor he dedicado mis dos artículos de este fin de semana. El sábado en Monitor 1867 publicarán un pequeño texto sobre la concepción del amor tejida desde la idea del amor en Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares. Cuando Chiara habla de amor de qué está hablando realmente, habla al dinamismo que empuja a todo ser hacia aquello que es un alter, puesto que ese es el dinamismo del amor. No podríamos tener el deseo de Dios o la aspiración hacia lo divino si ello nos fuera absolutamente extraño y ese maravilloso dinamismo muestra su vigencia desde la Trinidad hasta la última partícula elemental de la materia. En tal sentido, Dios es Amor y todas sus implicaciones que, al mismo tiempo –y en Dios nos hay tiempo puesto que es eterno– está más allá de todo dualismo, razón por la cual, Dios es un Amor que está más allá del amor, nos referimos con esto al carácter dual de la concepción humana del amor. El domingo, en Contrapunto, me publicarán el texto “En ti todo se llama amor”. Un texto que busca acercarse al discurso del misticismo cristiano, particularmente a Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa María Magdalena de Pazzi. Un texto que busca degustar desde la palabra, siempre maltrecha, la pureza diáfana de un amor más allá de toda palabra. En ese texto te hago un pequeño homenaje, ya lo leerás.

Dos textos que brotan de cuatro preguntas que ya se hacían los místicos cristianos: ¿este amor es de origen divino o humano?, ¿es acaso una experiencia que el hombre, dominado, experimenta de manera pasiva, o, por el contrario, es una acto de la libertad en la cual el hombre dispone de sí mismo? ¿es acaso fusión con lo Divino y la disolución en su seno, o permite que subsista una distinción entre Dios y el hombre? ¿este amor corta contacto con el mundo o abre una vía de acceso a él? Esas respuesta, supongo, quedarán sujetas a la subjetividad inevitable. En todo caso, lo que me queda bastante claro es que, al menos, para los místicos, el Cantar de los Cantares resulta el texto de donde mana toda el agua que calma esta sed amorosa. De allí parece surgir todo el desbordamiento metafórico que engalanan todos estos textos. Cristo percibido desde el Amante amoroso que busca acariciar el Alma, a la Amante o, si se quiere, a su Iglesia, esposa eterna de este eterno amor. El esposo y la esposa, El Amante y la Amada, tú y yo: el amor que crece desde el amor que crece desde el amor que crece.

“Por el amor de tu amor, escribe Santa Gertrudis de Helfta en sus Ejercicios espirituales, haz que lleve siempre sobre mis hombros el yugo suave y la carga ligera de tus preceptos, que conserve siempre sobre mi pecho, como un ramillete de mirra, la señal de tu santa fe. Así tú permanecerás crucificado para mí, clavado siempre en mi corazón”. Así recibo el mes de mayo, con total apertura amorosa para que un amor más grande que todos los amores me haga parte de sí mismo y me abra a ti, mi esposa, mi abra a los demás y así ser, ya no testigo, sino testimonio de su esencia divina. Celebremos amándonos este mes del amor, este mes de María, nuestra madre, la madre de todos.

Tuyo siempre en el amor de Dios.


Laus Deo. Pax et Bonum

domingo, 12 de abril de 2015

Sobre la Divina Misericordia


A ti, Mariela, quien pidió mi regreso a la fe católica
A la santa memoria de la Hermana Francisca

“Por medio de esta imagen colmaré a las almas con muchas gracias. Por eso quiero, que cada alma tenga acceso a ella” (Diario, 570)

            Hace 6 años mi esposa comenzó a asistir a la procesión que nuestra parroquia prepara para celebrar a la Divina Misericordia. Siempre con mi madre a su lado, caminaron largas distancias para solicitar del mismísimo Cristo sus deseos y querencias más íntimas. Cada una pidiendo por los suyos confiando plenamente en que sus súplicas serían escuchadas siempre y cuando estuvieran acordes con la Voluntad de Dios que es la misma Voluntad del Hijo. Entre otras peticiones, mi esposa pidió insistentemente por mí. No por mi salud ni por éxitos en mi vida laboral, sólo pedía mi regreso a la fe en Dios a través de la fe católica. Fe con la que estuve reñido durante mucho tiempo. Luego de tres años de peregrinación, dos o tres días antes de una nueva caminata hacia el corazón de la sagrada misericordia, no sé por qué razón, le dije a Mariela que la quería acompañar. Meses antes de decirle esto, ya venía doblegándose la dureza de mi corazón, venía poniéndose de rodillas mi orgullo absurdo y ridículo, venía despertando en mi alma la voz siempre activa en el Evangelio. Sospecho que Mariela se sorprendió ante lo que le decía, pero, como mujer sabia, nada dijo. Llegó el domingo esperado y salí con ella. Curiosamente fue el último día que vi a un familiar muy querido y que me quería mucho. Nada más comenzar la caminata, comencé a llorar empujado por una fuerza sobre la cual no tenía control alguno. Cerraba los ojos y ahí me conseguí a mi abuela que, desde siempre, fue la puerta a través de la cual entró en mí la fe católica. Cristo escuchó con amor a mi esposa, escuchó sus súplicas y la escuchó de tal manera que ahora me he vuelto yo quien la empuja hacia la enseñanzas de una Iglesia profundamente hermosa, maravillosa y repleta de muchos misterios todavía por conocer a través de los cuales busco explicarme como persona, como ser humano.

Hoy es 12 de abril y estamos caminando nuevamente, mi tercer año seguido, en pos de beber de la fuente infinita de la misericordia de Cristo, pidiendo por nuestros seres queridos, pidiendo más milagros. Caminando juntos, abrazados a un mismo corazón, mirando juntos hacia un mismo objetivo: el corazón de Jesús. Caminamos escuchando en nuestro corazón al Señor diciéndonos suavemente que su misericordia es más grande que nuestra miseria y la del mundo entero. Preguntándonos si alguien ha sido capaz de medir su bondad. Por nosotros bajó a la tierra, por nosotros se dejó clavar en una cruz, cruz que es árbol de vida. Por nosotros permitió que su corazón fuera abierto por una lanza, pero que, gracias a esa lanza, desde entonces, quedó abierta la fuente de la misericordia para cada uno de los hombres que habitan este mundo. “Ven, nos dice bajo la inclemencia dulce de este sol abrasador, toma las gracias de esta fuente con el recipiente de la confianza”. Ahora, ¿cuándo y cómo comenzó todo esto? ¿A quién le debemos la posibilidad de saber que estaba dispuesta para el ser humano la fuente de la misericordia de Cristo en quien debemos confiar plenamente?

Santa María Faustina Kowalska es el apóstol de la Divina Misericordia, nació con el nombre de Elena y desde muy niña, cerca de los 7 años, sintió en su alma ese llamado que desemboca en una vida entregada a Dios y a su Santa Voluntad. Intentó ingresar a la vida conventual, pese a la negativa de sus padres. Fue rechazada una y otra vez por su edad tan corta hasta que un día se rindió y se dispuso a no insistir más. Sin embargo, tuvo una visión de Jesús y este, lleno de tristeza, le reprochó su rendición preguntándole hasta cuándo lo haría sufrir, hasta cuándo lo engañaba. Este episodio la empujó a volver a insistir hasta que fue aceptada en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia. A partir de ese momento, fue visitada por Cristo para encomendarle una misión: “Hoy te envío a ti a toda la humanidad con Mi misericordia. No quiero castigar a la humanidad doliente, sino que deseo sanarla, abrazarla a Mi Corazón misericordioso” (Diario 1588). Muchas fueron las ocasiones en las que el Señor le pidió que proclamara esta verdad bíblica: “escribe, habla a las almas de esta gran misericordia Mía, porque está cercano el día terrible, el día de Mi justicia (Diario 965); habla al mundo de Mi misericordia para que toda la humanidad conozca la infinita misericordia Mía” (Diario 848); “Habla al mundo de Mi misericordia, de Mi amor. Me queman las llamas de la misericordia, deseo derramarlas sobre las almas de los hombres. Oh, qué dolor Me dan cuando no quieren aceptarlas” (Diario 1074).

La imagen de la Divina Misericordia es ampliamente conocida y su contenido está estrechamente relacionado con la sagrada liturgia de este domingo: la Iglesia lee el Evangelio según San Juan (20, 19-29) sobre la aparición de Jesucristo resucitado en el cenáculo y la institución del sacramento de la penitencia. De esta manera, Cristo se nos desnuda como camino hacia la paz para la humanidad a través del perdón de los pecados por medio de su pasión y muerte. De su pecho amoroso brotan dos rayos: uno rojo y otro transparente simbolizando la sangre y el agua derramadas cuando el soldado atravesó su corazón ya detenido. El mismo Cristo se lo explicó de esta manera a Santa Faustina: “El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las Almas. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos” (Diario, 299). Como dice Sor Ma. Elzbeta Siepak: “la imagen no presenta solamente la Misericordia de Dios, sino que también es una señal que ha de recordar el deber cristiano de confiar en Dios y amar activamente al prójimo”.

El mensaje dado a la Santa abrazó el corazón de San Juan Pablo II y  cuyas experiencias se desbordan en una de sus encíclicas más hermosas y más necesarias en la actualidad: Dives in Misericordia (30-12-1980), fruto maduro de sus experiencias en la adolorida Polonia sacudida por la maldad del fascismo y del comunismo, las dos caras de un mismo veneno, aniquilador de todo lo bueno que hay en el ser humano. El tiempo transformó en una misma esencia la experiencia de Santa Faustina y el magisterio del Santo Papa Santo. Por esta razón, los católicos, principalmente los venezolanos, estamos hoy de fiesta, pues se cumplen 80 años de la coronilla de la Divina Misericordia, 35 años de la promulgación de la Encíclica Dives in Misericordia, 30 años de la primera visita a Venezuela de San Juan Pablo II y su partida hacia el corazón del Padre ocurrida hace 10 años, y 15 años de la canonización María Faustina Kowalska. Por estos regalos de Dios, caminemos juntos hacia una nueva dimensión de la fe católica, del amor cristiano plenamente confiados en la misericordia de Cristo. Caminemos por la paz y la reconciliación de los venezolanos, conscientes de que debemos, en primer lugar, reconciliarnos con nosotros mismos, perdonarnos a nosotros mismos y, en segundo lugar, perdonar a los demás, los otros, nuestros hermanos. Los milagros existen, son reales y, cuando menos lo esperes, puedes ser testigo y protagonista de ellos.


Laus Deo.

viernes, 10 de abril de 2015

Décima Carta a Mariela: Sobre mi intolerancia


Querida mía, esta carta será bastante breve en cuanto a lo que tengo que decir. Se trata, sin duda, de mí, gracias a Dios, poco frecuente intolerancia. Esto es algo que, sin duda, tengo que trabajar mucho. No sé por qué estas cosas me pasan eventualmente, en especial, por cómo se ha dado mi formación espiritual. Soy católico, profundamente católico, aunque sigo en este proceso de descubrimiento que siempre ofrece la fe. Descubrimiento de la belleza de la Iglesia y descubrimiento personal. Sin embargo, hay otras referencias espirituales en mí que son tan válidas y legítimas como las de otros, aunque puedan ser diametralmente opuestas. Soy católico, pero mi paso por lecturas del Hinduismo y del Budismo han dejado sus huellas, en algunos casos, indelebles.

No puedo pretender asumir la absurda posición de que el único camino que conduce a Dios es el que, qué cosas, yo camino. Hubo sabio de la India llamado Sri Ramakrishna, hombre que se consagró a buscar a Dios a través de distintos caminos como el hinduismo, el cristianismo y el islamismo, que describió la relación del hombre con Dios a través de una historia que, más o menos, dice así: Cuatro ciegos se reunieron para examinar un elefante. Uno de ellos tocó una pierna del elefante, y dijo: "El elefante es como un pilar". Otro tocó la trompa, y dijo: "El elefante es como un grueso bastón". El tercero palpó la barriga del animal, y dijo: "El elefante es como un gran tonel". Otro le tocó una oreja, y dijo: "El elefante es como un gran abanico". Los cuatro comenzaron a disputar acaloradamente acerca de la forma del elefante. Pasó por allí un hombre y viéndolos discutir, les preguntó: "¿Cuál es la causa de la disputa?" Ellos le hicieron conocer sus opiniones y le pidieron que hiciera de árbitro. El hombre dijo: "Ninguno de ustedes ha visto el elefante. El elefante no es como un pilar; sus piernas son como pilares. No es como un abanico; sus orejas son como abanicos. No es como un bastón; su trompa es como un grueso bastón. No es como un tonel; su barriga es como un gran tonel. El elefante es la combinación de todas esas cosas: piernas, orejas, barriga, trompa, etc.". Del mismo modo, aquellos que disputan sobre la naturaleza de Dios son personas que han visto sólo un aspecto de la Divinidad.

Quisiera cerrar esta muy breve carta llena de vergüenza con una anécdota de Gandhi. Una anécdota realmente conmovedora. Gandhi muchas veces hizo largo y devastadores ayunos ofreciéndolos por la independencia y la paz de su India venerada. Cuando el libertador del subcontinente indio iniciaba uno de sus dolorosos períodos de abstinencia, él lo sabía, todos lo sabían, no salía de él hasta conseguir los siempre altruistas objetivos que perseguía. Si la muerte lo sorprendía a consecuencia del dramático debilitamiento que le producía la inanición, estaba dispuesto a pagar ese precio. La valentía que moraba en el pecho de este atrevido ″hombrecito″, era gigantesca. En una de esas veces en la que su cuerpo exangüe yacía postrado casi al borde de la muerte, en su intento de que hindúes y musulmanes depusieran sus odios y sus fanatismos, un desesperado y furioso hindú irrumpe en la serenidad que reinaba en la terraza donde el desfalleciente Mahatma yacía y tiene con él el siguiente diálogo:

─ ¡Come! ─le gritó─. ¡Aliméntate! Cargo tantas culpas en mi alma que no quiero llegar al infierno llevando sobre mis espaldas el fardo de la muerte de otro inocente. ¡Ya maté a uno!
─ Sólo Dios decide quién va al infierno —contestó Gandhi.
─ ¡Es que le di muerte a un niño! ¡Estallé su cabeza contra un muro! ¡El peso de esa culpa no me deja ni respirar!
─ ¿Por qué le diste muerte? ─preguntó Gandhi.
─ ¡Es que los musulmanes mataron a mi hijo! ¡A mi niño que era así de alto! ¡Fueron ellos! ¡Los musulmanes lo mataron!
─¿Quieres que te diga cómo puedes compensar un poco el daño que hiciste y de paso, curar en algo el remordimiento que no te deja vivir? ─preguntó con tartajosa voz el debilitado Mahatma.
─ ¿Cómo? ─vociferó el hindú.
─Encuentra a un niño. A un niño musulmán cuyos padres hayan muerto a consecuencia de esta lucha fratricida que los está aniquilando. Sí; a un niño así de alto, como tu hijo muerto. Adóptalo y críalo como si fuera tuyo.
─ Pero, asegúrate de que sea musulmán —continuó Gandhi—. ¡Y edúcalo de acuerdo con sus tradiciones! ¡Fórmalo como lo que es: un musulmán! Y haz de él un hombre de provecho.

Creo que de esto se trata. Gracias por abrirme los ojos cuando la ceguera que produce la soberbia me sobrecoge.


Te amo infinitamente.

sábado, 4 de abril de 2015

Novena Carta a Mariela: Sobre el juzgar

Querida mía, volví al mundo de las redes sociales casi a empujones. Después de 6 meses de retiro, un par de circunstancias me obligaron a volver. Básicamente estoy por estos lados con la única finalidad de hacer circular mis artículos de opinión que valen lo que valen, ni más ni menos. La otra razón, pues, asuntos de la universidad. Cuando volví a abrir, por ejemplo, el Facebook noté que estaba igual a como lo dejé. Comencé a leer algunos estados y era como si el tiempo no hubiese pasado, aunque, la verdad, 6 meses no es tanto tiempo. Lo cierto es que terminó siendo un reencuentro lleno de muchos silencios. Según me dicen algunos, más con ánimos de oscurecer que de aclarar, la gente no se tomó con agrado lo que ahora escribo. ¿Cómo es posible que después de las cosas que escribía ahora escriba esto? La verdad, pude haber dado respuesta a esa inquietud, pero, ¿es necesario? A mí nadie me preguntó por qué escribía aquellas cosas. La gente parecía sentirse cómoda con lo que leía. Sin embargo, ahora no, ahora parece haber incomodidad y, según veo, eso podría revelar más cosas en los otros que en mí. Lo cierto es que, basándose en lo que llevan dentro, han salido a juzgarme señalando las causas que me han llevado a mi escritura actual. En fin, eso no tiene ninguna importancia, lo que sí creo que tiene importancia es mi deseo de compartir contigo el centro de toda esta situación: el acto de juzgar.

Por supuesto, lo primero que habría que hacer es determinar qué significa juzgar. Etimológicamente deviene del latín iudicare, que significa algo así como “dictar un veredicto”. El diccionario brinda varias acepciones, pero me quedaré con una que guarda estrecha relación con lo que pretendo explicarte. El diccionario afirma que juzgar significa determinar uno mismo, haciendo uso de la razón, el valor positivo o negativo de alguien o algo. Ahora, hay una serie de consideraciones internas en el ser humano que alimentan dándole contenido al hecho de juzgar, esas consideraciones forman parte de ese universo tan personal que llaman subjetividad. ¿Y qué es la subjetividad?, sin duda podría escribirte acá varias definiciones de ella expuestas por grandes filósofos, pero no es la idea, más bien, voy a emplear para ello el refranero popular que entiende la subjetividad como el acto de hablar de la feria según le va en ella o, mejor todavía: el ojo del amo engorda al caballo. Por ello, el genial escritor norteamericano Mark Twain, afirmó que lo historiadores no escribían con tinta sino con prejuicio líquido. Otro tanto apunta Nietzsche cuando dijo tajantemente que no habían hechos sino interpretaciones de los hechos. Dije que no acudiría a la filosofía, perdón. De tal manera que, cuando se juzga a otro,  se dicen más cosas de uno que de quien se juzga. Juzgar a los otros conlleva a ser injusto con los demás, pues, casi siempre se le endilgan a los demás nuestros propios defectos.

“No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados. Porque con el mismo juicio que juzgareis habéis de ser juzgados, y con la misma medida que midiereis, seréis medidos vosotros”, dice el Evangelio. No tenemos las herramientas necesarias para hacer un juicio justo a los demás, por ello, los grandes sabios y maestros espirituales que han pasado por este mundo recomiendan el silencio, puesto que, como advirtió Gandhi, somos imperfectos y necesitamos la tolerancia y la bondad de los demás, también debemos tolerar los defectos del mundo hasta que podamos encontrar el secreto que nos permita ponerles remedio. Sólo Dios es capaz de un juicio justo, pues lo hace a partir de un amor por los seres humanos más allá de todo criterio humano. El juicio de los hombres no es tan justo, pues parte de un amor hacia sí mismo que no le permite ver más allá de sus propias miserias que, además, no reconoce como tales. Sin embargo, es muy difícil liberarnos de esta cárcel, es muy difícil cerrar la boca, estamos en un mundo que obliga a hablar y que sanciona como peligroso el silencio. Dicen que si uno mantiene su boca cerrada por varios minutos corre el riesgo del mal aliento, pero, se me ocurre que si uno no es capaz de cerrar la boca puede que lo que se agobie con malos olores sea nuestra alma y el alma de los demás.

Reconozco, amor, que en un principio me contrariaba lo que decían los demás, lo que escribían sobre mí, sus indirectas, sus burlas, en fin, tú lo sabes tan bien como yo, pero he aprendido a comprender que no se le puede pedir a nadie lo que no puede dar. ¿De corazones vacíos qué puede esperarse? No queda otra opción que compadecer, comprender que la vida es un proceso largo que es amable con unos y con otros no tanto, pero no por injusticia de la vida, ya que la vida se va construyendo sobre la base de mis decisiones y si mis decisiones no son buenas, pues todo lo demás serán las consecuencias de lo que decidido y, como ya he dicho y escrito varias veces, uno siempre está decidiendo entre Cristo y Barrabás. Esa elección es libre, soberana y que nos obliga, si somos maduros, a asumir lo que eso depare. Yo lo sé, pues viví en ese fango, tú lo sabes.


Siempre tuyo siempre…

martes, 31 de marzo de 2015

Octava Carta a Mariela: El Matrimonio es una Cruz

Querida Mariela, estamos comenzando a caminar hacia el corazón de la Semana Santa, hoy es Martes Santo y, como cristianos, nos corresponde hoy exaltar el valor central y profundo de la Cruz. En muchos lugares veremos, o debemos ver, cómo se exalta el crucifijo. Según la liturgia cristiana, hoy conmemoramos el día en el cual Judas traiciona a Cristo. Como todos los años, como siempre desde siempre, por la televisión circulan y circulan documentales sobre estos días en la vida de Jesús. Documentales cada vez más sospechosos. Por ahí anda uno preguntándose quién mató a Cristo. No sé cuál será la finalidad de ellos, en especial porque siento que no se logra ver lo esencial de la Pasión del Señor. En fin, lo importante y la razón de estas líneas es recordar el valor y significado de la Cruz en la vida del cristiano. Así que aprovecharé para darte mi opinión sobre una frase que hemos escuchado mucho, pero me temo desde un sentido incorrecto: el matrimonio es una cruz.

Creo firmemente, más aun hoy, que el matrimonio es una cruz, pero no en el sentido que popularmente se le da, que, como siempre, termina diluyéndose en cosas insustanciales y mundanas. Cuando se afirma que el matrimonio es una cruz se piensa desde la idea de que es un sacrificio inhumano, brutal, ajeno a la felicidad que se supone depara la vida en pareja, si es que esa felicidad es concebida hoy como felicidad plena. De hecho, debo reconocer que, en algún momento, también me hice eco de estas voces que oscurecen más que aclarar. Voces que han venido desmantelando en el corazón de hombres y mujeres el valor real de la sacralidad del matrimonio. El matrimonio es una cruz y por ello hay que huir de él, puesto que, primero que todo, hay que garantizar la satisfacción hedonista del individuo sostenida sobre la base de una concepción simplona de libertad personal. Libertad que se reduce a una idea banal de hacer lo que me plazca como si todo lo que hay en el mundo está sólo para mí y para mi satisfacción. La pareja se obnubila y se quebranta rebajando su condición de personas que se aman a individuos que se brindan placeres temporales. Una vez satisfechos estos placeres, por lo general emanados de una concepción del cuerpo y de la carne vacío de contenido transcendental, vienen las frustraciones, los enfriamientos, la soledad acompañada por otra soledad y el fin de un amor que nunca fue.

El matrimonio es una cruz, lo es, lo es desde la raíz, lo es desde que, por un amor más allá de toda comprensión, un hombre se ofreció para brindar la vida eterna a todos los demás hombres. La cruz no es un martirio que conduce a la muerte. La cruz es madera tomada del árbol de la vida, de la vida más allá de toda vida. La cruz es madera del árbol de la vida regado por ríos de agua viva desbocados de la fuente donde transpira el amor más profundo. La cruz es vida, vida, vida. Por ello, para los cristianos, la cruz es vida y amor, entrega y pasión, comunión, incendio de amor, itinerario hacia el alma de Dios, consagración hacia una vida plena más allá de la muerte y más. ¿Acaso no es algo semejante el matrimonio? La cruz es una puerta hacia una dimensión de mayor plenitud amorosa. La cruz es un instante en manos de la muerte, pero unas manos que no pueden detener el ímpetu sagrado de la vida. El matrimonio es una cruz, pues, en muchos casos, toca morir para dar vida a algo mucho mayor: muere lo individual para que respire la armonía de la comunidad, de la pareja.

El matrimonio es una cruz, ya que en ella está la vida y el consuelo, dirá Santa Teresa, es el camino hacia el cielo. Es una cruz, pues hay una renuncia a sí mismo. Es una cruz, pues, como escribiera San Pablo a los corintios, es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios. El matrimonio es una cruz, pues, a través en él, por medio de él, podemos brindarle a las cosas, a todas las cosas, un sentido divino y el matrimonio, lo decía San Josemaría Escrivá de Balaguer, es una vocación divina.

Mariela, el matrimonio quizás no sea una cruz después de todo, quizás sea yo el necio que quiere verlo así, entonces, el matrimonio para mí es una cruz, ya que, a través de ella, de la cruz, he logrado comprender, aunque no sepa cómo explicar, el sentido real, verdadero y pleno de lo que es el amor. Tú eres mi cruz, ya que, tú eres el camino por medio del cual puedo mostrar al mundo, mostrarte y mostrarme el indescriptible amor que Dios me tiene, a pesar de todo.

El matrimonio es una cruz y te pido perdón por todos los momentos en que lo olvidé o lo ignoré. Te pido perdón por haberme descuidado. Te pido perdón porque te amo y porque, lo tengo muy claro, tú eres el camino que me lleva todos los días a la posibilidad de ser perfecto como perfecto es el Padre.


Te amo desde la cruz que es la vida, la verdad, el amor y la plenitud.