Buenos días, madre, sigo
trabajando con la nueva encíclica del Papa. Una verdadera maravilla. Un texto
lleno de un amor que, sin duda, será incomprendido, en especial, por quienes
tienen el control del poder. Verás cómo algunos lo atacarán y otros, muy
hipócritamente, lo tergiversarán de manera brutal para justificarse ante el
mundo que los ve con profundo recelo. La leo y leo al Papa, leo al padre
Bergoglio, leo a un hombre, como tú y como yo, pero que, definitivamente, está
llevado por el Espíritu Santo. Lo que irradia Francisco va más allá de
cualquier expresión humana y esto lo digo a partir del hecho cierto de que es
un hombre. Voy leyendo cada línea e, inevitablemente, me asaltan a la mente muchos
hermanos confundidos por sus miedos e ignorancia que lo señalan como un
instrumento del Diablo. Vuelvo a recordar acá algo que creo elemental: quien
tiene a Dios en su corazón ve a Dios en todos y quien ve al Diablo, pues, ya
sabes en dónde está. Leo cada párrafo y me convenzo más de que la Iglesia
católica es la Iglesia de Cristo. Me gustaría que compartieras estas líneas con
nuestra hija, ya que, quiero explicarte algo que es importante que siempre
recordemos cuando pensamos en la Iglesia.
De tiempos de Cristo a nuestros
días son muchos los años que han pasado. El hombre ha cambiado mucho dentro y
fuera de la Iglesia. Mucho se ha dicho, se ha escrito, se ha pensado y no es
insensato suponer que mucho se haya ido perdiendo en el camino, al punto de poder
dudar de que nuestra Iglesia sea la misma que fundó Cristo hace tanto tiempo. Nuestra
Iglesia ha cometido muchos errores. Errores que constaron la vida de millones
de seres humanos. Errores que se tradujeron en el abuso infame a inocentes. Errores
terribles que han contribuido, no sólo a que hayamos perdido a muchos hermanos,
sino a erigir una leyenda negra que todavía pesa sobre nuestros hombros
producto de la desconfianza, más que de grandes verdades. Cuando leemos o
escuchamos esas historias terribles resulta comprensible preguntarnos si la
Iglesia católica es la Iglesia de Cristo. Creo que para dar respuesta a ello
podemos apelar a la historia divina y a la historia humana. La primera de ellas
repleta de verdades teológicas complicadas de explicar, al menos para mí, y por
lo tanto es poco lo que puedo aportar al respecto, pero sí puedo plantear
algunas ideas sobre la historia humana que, además, podemos corroborar con un
poquito de investigación.
Creo que para averiguar si la
Iglesia católica es la Iglesia de Cristo tenemos dos líneas de tiempo a través
de las cuales navegar. Una de ellas, lógicamente, la que podemos llamar como
línea petrina que tiene como punto de partida San Pedro, discípulo de Cristo.
La segunda línea la que parte de los apóstoles, es decir, sus discípulos
directos. Si nuestra Iglesia es la de Cristo, la fundada por él, entonces,
caminando hacia atrás deberíamos tropezarnos con estos personajes. Creo que es
un juego simple. Voy a intentarlo a ver qué cosa sale.
Según la Iglesia católica, el primer
papa fue San Pedro y para ello se fundamenta en los Evangelios que lo señalan
como la piedra sobre la cual Jesús construirá su Iglesia. Tras la muerte de san
Pedro a manos de los romanos, las comunidades cristianas pasaron a ser regidas
por San Lino, a quien la Iglesia señala como segundo Papa. Este personaje
aparece en la Biblia en 2 Timoteo 4:21: “Procura venir antes del invierno. Eubulo te saluda, y Pudente, Lino, Claudia y todos los hermanos”.
Según la información que se maneja, obviamente no muy abundante, este sucesor
de San Padro formaba parte del círculo cercano de San Pablo. A este segundo
papa se le atribuye la creación de los primeros obispos y bajo su pontificado
fueron asesinados San Marcos y San Lucas. Otras fuentes afirman que fue
discípulo de San Pedro y era quien lo sustituía cada vez que su maestro se
ausentaba. San Pedro señalaría a San Lino como su sucesor de la misma manera en
que Jesús señaló a San Pedro como cabeza de la Iglesia. De la misma manera, San
Lino designó a San Anacleto como su sucesor y quien prescribiría la forma de
los hábitos eclesiásticos. San Anacleto haría lo mismo con San Clemente que es
uno de los primero Padres de la Iglesia o Padres apostólicos. San Clemente fue
discípulo de San Pedro. A partir de acá, lo vinculación entre los líderes de
aquellas primeras comunidades cristianas quedará estrechamente ligada con el
desarrollo de la Iglesia católica de nuestros días.
Tenemos
otra posible manera de llegar hasta aquellos días siguiendo la línea de los
discípulos de Cristo y ver si se cruza con la Patrística o Padres de la Iglesia
en cuyo pensamiento, y guiados por el Espíritu Santo, se desarrollará el cuerpo
doctrinal de la Iglesia católica de nuestro días. El más antiguo de ellos es
Orígenes que, junto a San Agustín y Santo Tomás, son el trípode de la teología
cristiana. Orígenes fue discípulo de San Clemente, cuarto Papa de la Iglesia y discípulo
de San Pedro. Este Padre de la Iglesia es el puente directo entre los
discípulos de Cristo y el cuerpo doctrinal de la Iglesia católica dentro de la
cual, por cierto, se plantea el reconocimiento de María como Madre de Dios y su
veneración por parte de los cristianos. Así que, como vemos, allí está el origen
de todo. Los discípulos de Cristo, es decir, los hombres que acompañaron al
Señor durante su paso por la tierra, son los fundadores de la Santa Iglesia católica.
Ahora bien,
qué pasa con las iglesias protestantes. La Iglesia protestante fue fundada por
hombres a partir del Siglo XVI y tiene como punto de partida a Juan
Calvino y a Martín Lutero quien, hasta el momento de separarse de la Iglesia
católica, había sido un fraile agustino, es decir, un seguidor de San Agustín,
Padre y Doctor de la Iglesia católica. ¿Por qué se separan? Ambos hombres
creyeron que habían sido enviados por Dios para reformar la Iglesia de Cristo. Sin
embargo, en el fondo no había nada
espiritual ni divino en las ambiciones de estos hermanos, ya que, las razones
de peso fueron políticas. Los protestantes aparecen como consecuencia de un
movimiento político, nacido de la ambición de los jefes de estado que vieron en
la separación de sus iglesias nacionales de la autoridad de Roma, la mejor
manera de acrecentar su poderío y de llegar a ser a la vez jefes espirituales y
temporales de sus súbditos.
Estos argumentos que
te he escrito son estrictamente históricos, lo cual significa que el universo
espiritual va por otro lado. La espiritualidad te obliga a ser coherente y en
esa coherencia es donde habita Cristo. Y cómo se es coherente con Cristo, pues,
siguiendo las explicaciones del Evangelio, amando lo que él amó como, por
ejemplo, a su Santa Madre, y viviendo tu cristianismo a partir de la Iglesia
que él mismo fundó. Claro, esto que digo nos empuja irremediablemente a la
Iglesia católica, pero, el hombre no se salva por formar parte de una Iglesia.
El hombre se salva cuando cumple a cabalidad el precepto dejado por Dios hecho
hombre: amar al prójimo como a ti mismo, es decir, darle el trato a todos por
llevar en sí la dignidad de ser hijos de Dios.